martes, 26 de febrero de 2013

Cocos etiquetados

Tanto en las clases que doy a mis alumnos como en los talleres que organizo con la psicóloga Brígida Pérez, orientados a padres, hacemos mucho hincapié en la importancia de no utilizar etiquetas cuando queremos definir, en nuestro caso, a los niños. Tenemos que agradecer a los lingüistas españoles que nos hayan proporcionado esta diferenciación, tan odiada por los estranjeros, de los verbos SER y ESTAR. 

Cuando un niño se comporta de un modo inadecuado tendemos a decir: "Eres travieso", "Eres malo", "Eres un vago"... Generalizamos de un comportamiento determinado a una personalidad completa. Esto, por supuesto, nos da una información útil con la que los padres o profesores pueden trabajar, pero, ¿qué pasa si esa misma información la oye constantemente el niño?

Esta pregunta se la plantearon los psicólogos Rossenthal y Jacobson en 1964. Realizaron un experimento en una escuela de una pequeña ciudad de California que produjo lo que ellos denominaron “Efecto Pygmalión". Decidieron comprobar este efecto en estudiantes desaventajados, y para ello, pasaron un test de inteligencia a todos los alumnos de la escuela. Se les dijo a los profesores que aquel test era capaz de identificar, de manera muy fiable, a los alumnos que en el transcurso de los siguientes meses destacarían claramente sobre el resto de la clase; una vez procesado el test, se les dio una lista con los nombres de tales alumnos “especiales”, los cuales supuestamente gozaban de una capacidad extraordinaria para el aprendizaje y la creatividad. 

Lo que entonces no se le comunicó a los profesores, es que la lista se había hecho al azar, sin referencia alguna al test. Transcurridos seis meses, se volvió a hacer el mismo test a los alumnos, igualmente al cabo de un año y de dos años. Rosenthal midió el incremento del coeficiente de inteligencia entre el primer test y los posteriores, y comprobó que había una ventaja estadísticamente significativa en los alumnos “especiales” con respecto al resto: casi la mitad de los alumnos “especiales” ganaron 20 o más puntos en coeficiente de inteligencia, mientras que sólo el 19% del resto mejoraron sus resultados. Estos datos significaron para Rosenthal y sus colaboradores una constatación inicial muy alentadora del enorme impacto del “efecto Pygmalión” en el aula.

Esto es un claro efecto de lo que llamamos profecía autocumplida, que es una predicción que, una vez hecha, en sí misma, es la causa de que se haga realidad.

Así que, me gustaría que se reflexionara sobre ese alumno/a, trabajador, amigo o familiar,  al que  se le etiqueta como problematico, hablador, perezoso, responsable... La forma de comportarnos con esa persona está totalmente condicionada por esa etiqueta. Por eso el efecto Pigmalión tiene mucho que ver con las expectativas, no esperamos lo mismo de una persona a la que consideramos perezosa o poco inteligente que de una persona que tenemos por trabajadora o muy inteligente, y por tanto, nuestro trato hacia esa persona es diferente.

Por eso os pido: Padres y Madres del presente, Padres y Madres del futuro, tened mucho cuidado con los términos con los que nos referimos a nuestros hijos. No generalicemos con etiquetas envenenadas. Concretemos cada comportamiento con una descripción. En lugar de decir: "Eres un maleducado", se podría decir: "No está nada bien que le grites a tu profesor". Y, a continuación, utilizar las consecuencias que estiméis oportunas...

¿Conocíais el efecto de la profecía autocumplida? Se suele dar en muchos aspectos de nuestra vida, ¿se te ocurre algún otro caso?
Un saludo Cocos! 



Fuentes: http://www.csi-csif.es/andalucia/modules/mod_ense/revista/pdf/Numero_28/INMACULADA_BANOS_GIL_01.pdf
                  http://es.paperblog.com/la-profecia-autocumplida-efecto-pigmalion-73047/
                  Imagen: http://es.dreamstime.com/fotograf%C3%ADa-de-archivo-escritura-de-la-etiqueta-con-la-silueta-del-cerebro-image14794082