viernes, 11 de mayo de 2012

El coco grande me dijo que lo hiciera


Adolf Eichmann, en 1960, fue condenado a muerte en Jerusalén por crímenes contra la Humanidad durante el régimen nazi. Él era el encargado de la recogida, transporte y exterminio de los judíos. Sin embargo, en el juicio, Eichmann expresó su sorpresa ante el odio que le mostraban los judíos, diciendo que él sólo había obedecido órdenes, y que obedecer órdenes era algo bueno. En su diario, en la cárcel, escribió: «Las órdenes eran lo más importante de mi vida y tenía que obedecerlas sin discusión». Seis psiquiatras declararon que Eichmann estaba sano, que tenía una vida familiar normal y varios testigos dijeron que era una persona corriente (Algo parecido a la señora que siempre dice en el telediario que el vecino que mató a la mujer era un hombre de lo más normal, educado, que le daba los buenos días y que le ayudaba a subir la compra a casa)

Ante el comportamiento de Eichmann, el psicólogo S. Milgram llevó a cabo un experimento psicológico para saber hasta dónde puede llegar una persona obedeciendo una órden de hacer daño a otra..
Participaron 40 hombres de entre 20 y 50 años y con distinto tipo de educación, desde sólo la escuela primaria hasta doctorados. El procedimiento era el siguiente: un investigador explica a un participante y a un cómplice (el participante cree en todo momento que es otro voluntario) que van a probar los efectos del castigo en el aprendizaje, donde el objetivo es comprobar cuánto castigo es necesario para aprender mejor. (el clásico "la letra con sangre entra"). A los participantes siempre les toca ser el maestro y al cómplice ser el alumno. En otra habitación, se sujeta al "alumno" a una especie de silla eléctrica y se le colocan unos electrodos. Tiene que aprenderse una lista de palabras emparejadas. Después, el "maestro" le irá diciendo palabras y el "alumno" habrá de recordar cuál es la que va asociada. Y, si falla, el "maestro" le da una descarga.
Al principio del estudio, el maestro recibe una descarga real de 45 voltios para que vea el dolor que causará en el "alumno". Después, le dicen que debe comenzar a administrar descargas eléctricas a su "alumno" cada vez que cometa un error, aumentando el voltaje de la descarga cada vez. El generador tenía 30 interruptores, marcados desde 15 voltios (descarga suave) hasta 450 (peligro, descarga mortal).

El "falso alumno" daba sobre todo respuestas erróneas a propósito y, por cada fallo, el profesor debía darle una descarga. A medida que el nivel de descarga aumentaba, el "alumno", empezaba a golpear en el vidrio que lo separaba del "maestro",  gemía de dolor, se quejaba de padecer de una enfermedad del corazón, aullaba de dolor, pedía que acabara el experimento, y finalmente, al llegar a los 270 voltios, gritaba agonizando. Si la descarga llegaba a los 300 voltios, el "alumno" dejaba de responder a las preguntas y empezaba a convulsionar. Cuando el "maestro" se negaba a dar la descarga y se dirigía al investigador, éste le daba unas instrucciones
Instrucción 1: Por favor, continúe.
Instrucción 2: El experimento requiere que continúe.
Instrucción 3: Es absolutamente esencial que continúe.
Instrucción 4: Usted no tiene otra alternativa. Debe continuar.
Si después de esta última frase el "maestro" se negaba a continuar, se paraba el experimento. Si no, se detenía después de que hubiera administrado el máximo de 450 voltios tres veces seguidas.

Los resultados indicaron que, el 65% de los "maestros" castigaron a los "alumnos" con el máximo de 450 voltios y ninguno de los participantes se negó rotundamente a dar menos de 300 voltios.


¿Qué os parece la simpleza de la mente humana? Yo no mando, yo no soy responsable. Puede que Milgram haya explicado con su sencillo experimento cómo funciona el mundo. Si los malos simplemente cumplen órdenes, ¿saben que son malos? y cuando nosotros cumplimos órdenes, tampoco las cuestionamos?

¡Venga, dadle al coco!


2 comentarios:

  1. Vaya tela con los experimentos!!! Se supone que hay que hacer lo que diga el jefe pero no porque lo diga el jefe hay que hacerlo!! Hay que ser capaz de decirle al jefe que se equivoca pero de manera educada.

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  2. Esto me ha recordado un poco a la película "El verdugo", donde se veía que el propio verdugo estaba en contra de la pena de muerte pero decía que "si la ley está ahí, alguien tiene que cumplirla..." Es verdad que es muy fácil acatar órdenes, pero hasta cierto límite se deben tener unos principios. No me imagino matando a ningún judío (ni no judío) por mucho que mi trabajo me lo imponga...

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